Siempre se ha dicho que los niños hacen lo que ven, y hoy vengo a divagar sobre ello. B, a sus dos años y medio, es como una mujercita o incluso como una vieja. Los que la conocéis, sabéis que es una esponja parlanchina y en ocasiones es una miniyo. Se tira el día haciendo lo que ve en las niñas mayores, en nosotros o en la calle. A menudo hace gracia…
Mantiene conversaciones telefónicas utilizando expresiones mías, como ‘fatal, fatal’ y se despide con un ‘ciao’. Llama a ‘nadie’ y pide 3 menús. No os vayáis a creer que en casa comemos de menú cada día, B solo imita a su profesora cuando llama a la empresa de cátering para encargar los menús del comedor escolar. Se pone una goma en la boca y se intenta hacer un moño como el de mami. Nunca lo logra, pero lo intenta, la pobre. Coge su móvil y le hace fotos a sus muñecos bajo las órdenes de ‘no te muevas’ o ‘espera que te hago otra’. No sé a quién verá hacer eso… Se sube la camiseta y quiere darle el pecho a su hermana. Y así, todo el día. La verdad es que te mueres de risa, pero el otro día hubo una cosa que me hizo pensar.